El violinista melancólico embarga el ambiente de melodías rosáceas mientras se funde en su propio instrumento. La belleza de la música, que no deja lugar a personalismos, esconde el rostro.
Pianoforte, maestoso e adagio. La excusa de Albinoni a modo de inspiración traslada su llanto al artista indefenso ante su propio instrumento, absorbente y aterrador. La unión de ambos, el arte y su intérprete, dan vida a la forma, al color, al sonido en un eco trascendente solo para los sentidos.
La desintegración del revisionismo es palpable en la composición de los tres desnudos pixelados que dejan atrás los paisajes idílicos para presentar las Venus cosmopolitas, bellas y diversas.
Ambos cuadros están interconectados, lo que destaca el contraste de formas, volúmenes y colores que existe entre estas obras hermanas. La figuración y el significado adquieren gran profundidad dentro de su contexto.
Los huesos de elefante, elefante monarca y difunto, se corrompen y desintegran mientras el aire atraviesa sus agujeros. Vetas azules derraman se abocan directamente hacia su descendencia.
Poeta de melodías estelares y deshojada gabardina, músico en compañía de restos, de inválidos apisonados por la decadencia. El arte ya no se esculpe en mármol: las flautas son de palo y los versos se escriben sobre cartón.
La maraña de hilos se convierte en un vínculo inesperado de unión universal. La libertad navega con paso grácil sobre las irreales redes y gracias ellas el horizonte se amplia hasta llegar a la dimensión del mundo en su totalidad.