La ciudad, una idea nueva.
Todo es posible en una urbe elevada y
precipitada hacia el mar de eternas escaleras.
El vigor de la
juventud vence los obstáculos.
La ciudad, apenas primaria apenas tostada de cielos cálidos.
La
propia perspectiva en el tiempo de los avances, una ilusión por
crecer. Unos hilos invisibles nos hacen ascender.
El tiempo, poderoso como nadie, hace madurar las cosechas y
cambia la faz de la tierra. El cielo radiante calienta una semilla,
genera un campo y cierra un ciclo.
Hércules regresa dejando atrás grandes cielos y extensos campos a
su ciudad, abarcándola en su nueva trayectoria.
Amanece un día de verano en mi ciudad, el Sol tiñe de rojo los edificios, el mar se adivina traído por la brisa. Carmen, como cada día, sale a trabajar. Miles de escaleras conducen a miles de sitios. Yo observo como se aleja y el mundo es la suma de todos sus fragmentos.
Primavera, alegría de vivir, Barcelona. El viento seca la ropa, la ciudad se ruboriza y este aire cálido nos devuelve a la vida mientras la economía sigue sobre ruedas.
La línea pura limpia y delimita. Una vez más ser padre me llena de alegría y responsabilidad, el mundo se hace menos fragmentado y el Azul empieza a colarse por las ventanas.
Un nuevo siglo nos cambia como nunca. Ahora cabemos todos en una pequeña caja de cartón y pasamos a través de una pantalla. La misma materia pictórica evoluciona. Barcelona recoge sus frutos: el turismo, el mar, la luz e internet. La urbe sigue produciendo. La pirámide es grande, aunque una sardina nos enseñe su peculiar raspa.
La inmigración llega paulatinamente al barrio; la pobreza, a nado. Las escaleras empiezan a ser un obstáculo, así que las ruedas se deshinchan. Una doble moral de pedantería y acero atisba el inicio de una crisis.
Es sueño en Sintra. Su paisaje, de otros mares y distintas luces. Decido parar allí y mirar a un atlántico inescrutable. El viento se adorna de nubes soporíferas que se aproximan. Comienza la decadencia varada en la costa, procedente de América en forma de pútrida herencia.
Años han pasado y la burbuja explota. La excavadora desgarrada emite un último grito de estertor. La ciudad es un amontonamiento de nichos. Quién invirtió ignoraba que pagaba su tumba. El gris y el negro del humo se apagan. Tras los edificios, ricachones y especuladores están escondidos.
El gris lo calcina todo. Un jinete de la destrucción lidera un amontonamiento de parados. Hay gente, mucha gente, y él divide a unos y a otros mientras España se rompe.
Arcángela, justiciera del Dios Euro. Una Europa de estrellas desiguales, moldeadora de hombres de barro donde los nuevos europeos hambrientos de pan son pisoteados. Nadie se atreve a levantarse.
Hambre como principio y el final de todas las cosas, como hilo conductor de los conflictos universales. Hambre es geopolítica sin miramientos. Hay áreas económicas que explotan y oprimen al pueblo que grita.